El río Fucha estaba siendo asfixiado por basura y contaminación. Gracias a un grupo de estudiantes y profesores, ha comenzado a respirar de nuevo. No fue fácil. Pocos apostaban por un colegio público con problemas de convivencia y menos aún por un río que todos ignoraban. Estamos en la localidad de San Cristóbal, suroriente de Bogotá, donde el Colegio Técnico José Félix Restrepo ha protagonizado una transformación que desafía el pesimismo urbano.

Para los antiguos muiscas, los ríos eran espacios sagrados, dotados de poder transformador. El nombre Fucha, posiblemente vinculado al concepto de lo femenino, sugiere un vínculo con la fertilidad y la vida.

Este cauce estaba siendo asfixiado por basura y contaminación. Gracias a un grupo de estudiantes y profesores, ha comenzado a respirar de nuevo. No fue fácil. Pocos apostaban por un colegio público con problemas de convivencia y menos aún por un río que todos ignoraban.

Estamos en la localidad de San Cristóbal, suroriente de Bogotá, donde «río» y «caño» se han convertido en sinónimos. El Colegio Técnico José Félix Restrepo ha protagonizado una transformación que desafía el pesimismo urbano.

El día que decidieron actuar

Estudiantes del José Félix Restrepo alzan su voz por el medio ambiente en la Plaza de Bolívar (Bogotá), participando activamente en movimientos ciudadanos.

«Hicimos una caminata y veíamos que el río estaba sucio y dijimos ¿lo dejamos así?», recuerda el profesor Hammes Garavito sobre aquella salida en 2012 que cambiaría la historia del colegio y del río.

Colchones, sofás, basura, desechos humanos. El panorama era desalentador.

«Lo llamaban el caño Fucha. Pero no es un caño, es un río. Y esa es parte de la transformación social que debemos hacer también en la comunidad; porque si lo veo como caño, botemos basura», explica el profesor Hammes, quien junto con otros docentes y estudiantes decidió convertir el problema en oportunidad.

Durante esa caminata conocieron a Hamid Martínez, un activista ambiental que documentaba la degradación del río. Lo invitaron al colegio para una charla y ninguno se imaginó que aquel encuentro casual encendería la chispa de un movimiento ambiental transformador.

De recoger basura a transformar vidas

El Colegio José Félix Restrepo, semillero de Guardianes Fucha, donde estudiantes transforman su entorno a través del proyecto ecológico.

Lo que comenzó como jornadas de limpieza ocasionales pronto se convirtió en el Servicio Social Ambiental, un programa donde los estudiantes de noveno grado dedican su servicio obligatorio a la recuperación del río.

«Yo antes de entrar al proyecto no tenía ni idea, incluso ni sabía que había un río cerca del colegio», confiesa Leidy Caraballo, estudiante y ahora líder del colectivo.

La transformación no fue solo del río. Los estudiantes con problemas disciplinarios encontraron en el proyecto un propósito. «Franco y Julio eran chicos problemáticos; ahora Franco es un muchacho muy centrado, dispuesto a ayudar, consciente de la comunidad. Él mismo dice: ‘yo me veo hace dos años y no soy yo'», relata Leidy. Julio, quien comenzó con serios problemas de comportamiento, hoy es el personero del colegio.

Transformando la comunidad

Jóvenes del Colegio José Félix Restrepo transforman el río Fucha.

El impacto del proyecto se ha extendido más allá del colegio y del río. Un caso emblemático es el de un asadero local que solía arrojar desechos al río. El profesor Hammes recuerda: «Una estudiante se metió al río, recogió la bolsa de huesos de pollo que habían tirado y se la llevó al dueño diciendo ‘los camiones de basura pasan a las cinco, guárdelos'».

La historia tuvo un giro inesperado. «Como vieron a los chicos trabajando en el río, ya no solo dejaron de tirar basura, sino que ahora nos dan pollos con jugo para los estudiantes que están limpiando», cuenta el profesor. Este cambio de actitud se ha replicado entre varios vecinos, quienes apoyan con alimentos y bebidas a los jóvenes voluntarios.

De «caño» a río sagrado

El redescubrimiento del valor ancestral del río ha sido otro logro. El río Fucha es una de las cuencas hídricas más importantes de Bogotá; nace en los cerros orientales en el páramo de Cruz Verde.

«Escuchamos mucho las historias de abuelos, de profesores que en su infancia iban a nadar al río, iban y pescaban, hacían paseos», cuenta Leidy, evidenciando cómo la memoria del lugar se está recuperando junto con sus aguas.

El impacto del proyecto ha trascendido fronteras. En 2017 recibieron el premio «Constructores de País en términos de paz» otorgado por la Unión Europea. La iniciativa también ha generado publicaciones como «Servicios Ecosistémicos de la Cuenca Alta del Río Fucha» y «Guardianes del Patrimonio Cultural, Ancestral y Ambiental de San Cristóbal».

Para sanar un río contaminado primero hay que sanar la indiferencia

El río como aula viva

El profesor Edgar González, otro de los impulsores del proyecto, transformó su propia visión sobre la enseñanza: «Cuando llegué al colegio en 2015, descubrí que la escuela no solo está para transmitir conocimientos, sino para ser parte activa de la comunidad».

Los estudiantes ahora realizan yoga a orillas del río, documentan la biodiversidad que ha comenzado a regresar, y han sembrado miles de árboles.

«Cuando veo que mis chicos hacen yoga, perdidos en sí mismos oyendo el agua del río, estamos bajándole el ruido a nuestros ardores propios», reflexiona el profesor Hammes.

Una red de esperanza ambiental

«Queremos ser una inspiración para otros, para que, al ver lo que hacemos, se animen a seguir nuestro ejemplo y también se conviertan en agentes de cambio. Soñamos con un futuro donde todos trabajemos juntos para un planeta libre de contaminación, donde la vida y el medio ambiente sean nuestra prioridad».

El sueño de los Guardianes del Fucha es que su modelo se replique en otros colegios. 

«En nuestra localidad hay alrededor de 35 colegios públicos, y me imagino un futuro donde todos los jóvenes se unan para cuidar el río y su entorno. Me gustaría ver a cientos de estudiantes cada fin de semana trabajando por el medio ambiente y siendo un ejemplo para otros, no solo en la localidad, sino en toda Bogotá», sueña el profesor Edgar.

«Desde pequeños, en el colegio se nos ha motivado a aprender sobre la importancia de cuidar el medio ambiente», comparte Katherine, una de las estudiantes del proyecto. «Queremos que todos entiendan que este recurso es vital para nuestra vida, y que, con pequeñas acciones, como no tirar basura, reciclar y cuidar los espacios naturales, podemos generar un cambio real».

Soñamos con un futuro donde todos trabajemos juntos para un planeta libre de contaminación, donde la vida y el medio ambiente sean nuestra prioridad

Aguas que inspiran cambio

En una ciudad donde el cemento parece ganar la batalla contra la naturaleza, el mensaje de estos jóvenes resuena: para sanar un río contaminado primero hay que sanar la indiferencia.

«Queremos ser una inspiración para otros, para que, al ver lo que hacemos, se animen a seguir nuestro ejemplo y también se conviertan en agentes de cambio. Soñamos con un futuro donde todos trabajemos juntos para un planeta libre de contaminación, donde la vida y el medio ambiente sean nuestra prioridad», dice una estudiante del colegio.

Lo que comenzó como una iniciativa escolar se ha convertido en un referente de educación ambiental. Los Guardianes del Fucha no solo han devuelto la vida a un río olvidado, sino que están sembrando una semilla de esperanza para toda Bogotá.

Esta revista recoge la memoria del proyecto Ecologismo Colectivo Ambiental del Colegio José Félix Restrepo, surgida durante un proceso de sistematización en 2024. Durante tres días, estudiantes y profesores se reunieron para reconstruir su historia, compartir experiencias y reflexionar sobre su camino en la protección del río Fucha.

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