La juventud en Colombia, una población vulnerable
Los jóvenes, niños, niñas y adolescentes en Colombia se enfrentan a una serie de retos producto de la falta de oportunidades y la violencia que durante muchos años ha permeado el territorio. El poco acceso a una educación de calidad, el desplazamiento forzado, el reclutamiento por grupos armados y criminales, los embarazos adolescentes y la explotación laboral y sexual, son algunas de las problemáticas a las cuales se ven expuestos los jóvenes en todo el país.
A raíz de ello, existen múltiples procesos comunitarios e iniciativas locales que buscan brindarle a las poblaciones vulnerables oportunidades y caminos diferentes para que puedan tener opciones de vida dignas encaminadas a un proyecto de vida que les aleje de los ciclos de violencia. Este es el caso de la Fundación Perros Sin Raza, una organización que busca empoderar a la población juvenil de la localidad de Bosa a través de la música, el arte y la educación popular.
La música como punto de encuentro para transformar
Todo comenzó con la iniciativa de Daniela Patiño, fundadora de Perros Sin Raza, quien se describe a sí misma como una bosuna de corazón, orgullosamente nacida, criada y habitante de la localidad de Bosa, en Bogotá. Desde muy pequeña, Daniela tuvo la inspiración de su padre, ya que él tocaba distintos instrumentos y también ejercía un rol de liderazgo comunitario.
A la corta edad de doce años, ella convoca a sus amigos y amigas del colegio para que se unan a un espacio de formación musical que se estaba ofreciendo en la localidad, con la intención de encontrar nuevas formas de expresarse y explorar esa vena musical que su padre le había heredado. Con el paso del tiempo, el espacio dejó de ser solo un lugar de esparcimiento y se convirtió en un punto de encuentro para pensar en formas creativas y diversas de abordar las situaciones cotidianas y las problemáticas del territorio.
En el año 2013, se presenta un caso de una agresión sexual a dos estudiantes del colegio, situación que llevó a Daniela y a los demás jovenes que participaban del espacio a preguntarse cómo la música podía contribuir a que este tipo de situaciones dejaran de ocurrir.
“Desde la música podemos hacer un aporte a que otros niños y niñas aprendan, pero también a que la gente se informe y cambie sus perspectivas”, comenta Daniela. Desde ese entonces la agrupación musical empezó a tener un enfoque más social y fue así como nació Perros Sin Raza.
Somos sin raza
Daniela admite entre risas que el nombre de Perros Sin Raza surgió de forma muy espontánea en una conversación con una amiga cuando tenía doce años. Sin embargo, con el tiempo ese nombre fue adquiriendo nuevos significados. Por un lado, en Bogotá es muy común usar la expresión “Mi perro” para referirse de forma amistosa a una persona y por el otro, el ser “Sin Raza” implica que cualquier persona es bienvenida, sin importar su raza, condición económica y social, o sus gustos. Lo único importante es que tenga ganas y motivación para participar en los espacios de formación.
La defensa de los derechos a través del arte
Una de las principales apuestas de Perros Sin Raza gira alrededor del reconocimiento y defensa de los derechos humanos, sexuales y reproductivos de las niñas, niños y adolescentes, entendiendo esto como un eje fundamental de la construcción del tejido social y como una de las necesidades más urgentes de población juvenil en la localidad.
Daniela afirma que desde la música y las diferentes apuestas artísticas se abren diversos canales de comunicación que permiten el abordaje de estos temas de una manera más creativa y diversa que genera mayor interés y apropiación por parte de los jóvenes. En el caso de la primera infancia, la educación sexual se aborda desde el autocuidado, el reconocimiento del cuerpo propio y el respeto hacia los otros. También, ha sido fundamental incluir en estos procesos a las familias y las personas cuidadoras, ya que muchas veces estos temas pueden ser incómodos o transgresivos por la falta de conocimiento.
“La comunidad somos todos y todas. Desde los adultos debemos aprender y apropiar esos temas hasta los más chiquitos”, comenta Daniela.
Los sueños son más grandes que los retos
Uno de los principales retos de la Fundación ha sido la estigmatización de la población juvenil para la utilización de ciertos espacios, pues se piensa que la mayoría de jóvenes son consumidores de sustancias psicoactivas o hacen parte de una pandilla. También el tema del ruido ha sido un problema, ya que muchas de las actividades se desarrollan en zonas residenciales.
Aunque en general el relacionamiento con la comunidad ha sido positivo, siempre hay personas que no reciben de buena manera estos procesos. “Los vecinos a veces no nos quieren, nos han echado agua, nos han llamado a la policía”, recuerda Daniela. Sin embargo, ella reconoce que esto hace parte de vivir en comunidad y que han sabido encontrar un equilibrio para no vulnerar los derechos de las otras personas, pero de igual forma seguir haciendo su música y transmitiendo su mensaje.
Es por esta razón que uno de sus principales sueños era tener un espacio propio. Afortunadamente, hoy en día la Fundación cuenta con la “Casa Sin Raza”, un lugar donde se reciben aproximadamente 100 personas, desde primera infancia hasta adultos mayores, que van a ocupar los espacios y a participar de los procesos formativos semanalmente.
El arte es una posibilidad inmensa para construir paz
Para Daniela el arte se configura como una herramienta para construir proyectos de vida digna, encontrar nuevos horizontes y ocupar el tiempo libre en actividades constructivas que alejan a los jóvenes de los contextos adversos.
“El arte es una posibilidad inmensa, no solo de transformar individualmente sino también de hacer aportes a la comunidad”, sostiene Daniela.
Además de ello, el arte también cumple una función en la construcción de la memoria histórica y en la reivindicación de las prácticas, tradiciones y saberes del territorio; ya que a través de una canción, una obra de teatro o un libro, se representa lo que ocurre en la localidad en un momento determinado para que luego esos conocimientos puedan ser recuperados y transmitidos de generación en generación.
Los frutos que perduran
Actualmente, Perros Sin Raza ha crecido de una manera impresionante. Lo que comenzó siendo una agrupación músical de estudiantes aficionados se convirtió en una escuela y en una casa productora que ahora contribuye a que otras agrupaciones también dejen su legado.
Así mismo, desde la Fundación se ha venido incursionando en otros ámbitos artísticos como las obras de teatro, la literatura y la danza. Además, dentro de la escuela ya han emergido otras agrupaciones musicales que reivindican desde diferentes lugares las vivencias y saberes del territorio a partir de los ritmos folclóricos y los instrumentos tradicionales. De igual forma, la Fundación ha influido en procesos de incidencia para contribuir al fortalecimiento de liderazgos y a la transformación de las condiciones del territorio a través de las exigencias a las instituciones encargadas.
El gran sueño de Daniela para Perros Sin Raza es poder construir un teatro rural y uno urbano para llegar a más territorios y seguir sembrando semillas que darán fruto más adelante. Lo que ha sostenido a Perros Sin Raza y todo el esfuerzo colectivo realizado hasta el momento, ha sido la esperanza de un futuro mejor libre de violencias, donde los jóvenes puedan tener más oportunidades y opciones de vida dignas para desempeñarse en lo que quieran hacer. En palabras de Daniela “aferrarse a la vida y a que no se pierdan más de ellas”.