Un grupo de 26 personas expertas en temas de memoria, provenientes de Alemania, México, Guatemala, El Salvador y diferentes regiones de Colombia, se dio cita durante una intensa semana de intercambio en el país con el propósito de escuchar experiencias sobre los complejos procesos de esclarecer el pasado de violencia en busca de reconciliación.
Este intercambio en Colombia es el primero de una serie de encuentros trilaterales que está organizando la ONG alemana AGIAMONDO, con el deseo de conectar distintas experiencias globales de trabajo en memoria. Próximamente se contemplan visitas en Centroamérica y Alemania, para expandir este diálogo sobre cómo enfrentar responsablemente los legados del pasado reciente.
Durante la semana del 20 al 25 de noviembre, se visitaron centros de memoria histórica y espacios emblemáticos en cuatro ciudades: Bogotá, Tumaco, Medellín y Apartadó. Además, se entró en contacto con testimonios provenientes de otros territorios afectados por el conflicto armado como Riosucio en el Chocó y resguardos indígenas en el Cauca. Este intercambio de primera mano con casos locales posibilitó enriquecer miradas y contrastar realidades sobre cómo abordar la memoria.
Memorias que cuestionan y movilizan

Catalina Quiroga Pardo, educadora popular de Otra Escuela, ha trabajado con jóvenes y mujeres sobrevivientes del conflicto armado y buscadoras de la memoria y la verdad, construyendo paz a través del teatro. Participó en estas jornadas de intercambio sobre experiencias de memoria y comparte su balance: “Fueron días en los que estuvimos escuchando testimonios… que movieron muchas reflexiones y también emociones”.
Y es que en un país donde el conflicto armado aún permanece latente, abordar temas espinosos como la búsqueda de los desaparecidos o los diálogos de paz, remueve fibras sensibles.
Para Catalina estos intercambios de visiones diversas sobre la memoria histórica resultaron esperanzadores: “sentíamos que era un momento para volvernos a preguntar como personas y como organizaciones desde qué nos confronta, desde cómo tener una mirada más compleja y cuidadosa frente al trabajo de la memoria”.
Con crudeza, pero también empatía, los visitantes indagaron sobre lo vivido por Colombia tras siete años de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las FARC, al tiempo que compartieron lo ocurrido en sus países en procesos de memoria que llevan décadas. Sus cuestionamientos y miradas frescas, ayudaron a los anfitriones locales a expandir horizontes.
Surgieron así reflexiones sobre el rol sanador, pero también preventivo de rescatar esas memorias traumáticas con el ánimo que los jóvenes que no vivieron la guerra puedan comprender los errores del pasado y explorar alternativas. O sobre la urgencia de conectar esos trabajos de memoria con acciones que promuevan la vida digna en los territorios impactados.
También hubo un reconocimiento especial hacia las mujeres, protagonistas centrales y poco visibilizadas en la defensa de los derechos humanos y la construcción de paz partiendo de la memoria de sus seres queridos y de los territorios
Una mirada de Guatemala

Miriam Pixtun no olvidará fácilmente su paso por Colombia. La historiadora y docente guatemalteca de la etnia Kaqchikel fue otra de las participantes en el encuentro. “Me gustó muchísimo la sinergia y complementariedad entre los participantes”, comenta.
Su visión positiva está matizada por una mirada crítica, desarrollada en las luchas sociales de su propio país. Desde hace más de una década, Miriam ha trabajado en la recuperación de la memoria histórica tanto a nivel local como en la universidad. A través de organizaciones comunitarias, busca fortalecer la identidad y los derechos de pueblos indígenas y mujeres, constantemente vulnerados. Como docente, resignifica la historia con sus estudiantes, rescatando la memoria de las nuevas generaciones y formándolos en la defensa de sus raíces y en la construcción de un futuro más justo.
Desde su experiencia en Guatemala, Miriam mira con empatía, pero también con escepticismo los frágiles avances del proceso de paz en Colombia. Sabe bien que las expectativas de cambio chocan pronto con la cruda realidad de compromisos incumplidos y causas profundas del conflicto aún irresueltas, como ha ocurrido en su propio país durante casi tres décadas desde los acuerdos de paz.
“En Colombia se tiene una gran expectativa de los acuerdos de paz, como una posibilidad de cambios estructurales que ha afectado a la mayoría de la población, a siete años de la firma del acuerdo, se empiezan a dar cuenta que hay varios compromisos incumplidos especialmente de las víctimas y sobrevivientes del conflicto armado, y los firmantes de la paz. Conforme pasa el tiempo se genera incertidumbre sobre el cumplimiento de la paz en la vida cotidiana en la mayoría de la sociedad”.
Guatemala: una paz edificada sobre el olvido
Guatemala arrastra aún las secuelas de 36 años de conflicto armado interno que dejaron más de 200 mil víctimas entre 1960 y 1996. Este enfrentamiento, que tuvo claros tintes étnicos entre una mayoría indígena históricamente excluida y una élite conservadora, terminó con la firma de acuerdos de paz en 1996 tras décadas de lucha social. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos denuncian que dicha paz fue pactada con generosas concesiones de impunidad para los victimarios, tanto militares como paramilitares responsables de masacres.
Así, mientras en Guatemala los perpetradores de crímenes atroces contra pueblos originarios siguen impunes amparados en una «reconciliación» cómplice, en Colombia se abre paso ahora un discurso que plantea el perdón y la convivencia con grupos armados que también tienen cuentas pendientes con la justicia, generando esperanza para unos y escepticismo para muchos otros».
Dos caminos distintos hacia la sanación colectiva

Miriam observa cómo los conceptos adquieren significados diversos según cada realidad nacional. Mientras en Colombia prima ahora un discurso de perdón y reconciliación entre víctimas y victimarios como ruta hacia la paz, en Guatemala ese mismo lenguaje ha sido utilizado de forma interesada por los propios agresores para justificar y eludir la justicia. Las víctimas guatemaltecas desconfían con razón de una paz que no pasa por el reconocimiento de lo ocurrido, por la equidad social y por sancionar los crímenes del pasado. Como advierte Miriam, no puede haber una paz verdadera si ésta se funda en la impunidad y la negación de derechos para los pueblos indígenas y otros grupos oprimidos históricamente.
Miriam valora positivamente los sitios de memoria en Colombia, resaltando cuestiones como “el abordaje integral entre pasado y presente” o “la incorporación de mujeres, jóvenes y niños”. Impresionan especialmente casos emblemáticos como Apartadó o Tumaco. Según afirma, “tienen una forma completa de trabajo pese a los pocos recursos”.
Sin embargo, detecta una carencia significativa: “No se visibiliza la historia y memoria de los pueblos indígenas antes de la invasión española”, sino que ésta arranca desde la Conquista. Es decir, se invisibiliza en buena medida esa ancestralidad tan arraigada en la cosmogonía maya que Miriam representa.
Memorias locales: cosmovisiones para la vida

Nubia Ximena Salamanca Rozo, quién trabaja como investigadora en la Coordinación Regional del Pacífico Colombiano y lleva 16 años acompañando procesos comunitarios afrocolombianos e indígenas en el Pacífico, resalta la importancia de resignificar conceptos y deconstruir ideas preconcebidas sobre la memoria histórica que se dio durante el encuentro. Asimismo, destaca el gran poder de las memorias construidas desde lo local y lo simbólico en los territorios, las cuales van más allá de grandes infraestructuras físicas.
Según Nubia, estos ejercicios locales de memoria han logrado dar el paso de una «memoria de muerte» a una «memoria para la vida», con un fuerte componente cosmovisional y étnico. Sin embargo, siente que hace falta profundizar más en el rol que ha jugado la Iglesia Católica en estos procesos en Colombia.
Memoria viva para tender puentes al futuro

Los procesos de memoria en Colombia enfrentan aún grandes desafíos en contextos de violencia persistente, como bien lo expresó Catalina: “hacer memoria protegiendo la vida ante amenazas reales, mantener viva la esperanza donde impera el miedo, conectar esos recuerdos con la construcción de un futuro digno”.
Uno de esos retos clave es tender un puente entre generaciones, para que los jóvenes que no vivieron esa época de terror puedan aun así nutrirse de ese bagaje, sin heredar los odios ni rencores.
Allí está la gran tarea pendiente según Catalina: incentivar una memoria viva, encarnada en luchas actuales; que inspire y evite la repetición cíclica de la tragedia. Una memoria que, lejos de paralizar, permita mirar al horizonte con otros ojos, crear y soñar las utopías que den sentido al largo caminar.
